Hola mi vida, hoy sería un nuevo día de celebración, tu santo, una buena excusa para salir a comer todos y pasar un rato juntos bajo una sola idea, la celebración de la vida.
Han pasado ya 2184 días sin tu sonrisa, con pocos motivos para celebrar la vida.
52.416 horas sin oír el continuo trajinar mientras haces las tareas cotidianas, sin ver tu bello rostro, sin sentir tu cálido cuerpo.
188.697.600 de segundos de silencio, vacío y soledad.
Los números nunca mienten, dimensionan las cosas, muestran el tamaño, hacen visible y cuantificable lo invisible, lo inabarcable, el tiempo, el dolor, el vacío, la soledad, el amor.
Es curioso, pasear por cualquier estancia y ver que todo está igual, el tiempo transcurre bordeando la casa, sin apenas penetrar en ella y producir sus efectos, sus cambios, mas allá de un desgaste inapreciable a simple vista.
Sigo levantándome cada mañana, sólo, como un autómata, con un amplio listado de tareas que cumplir, impulsado por los hábitos, por la responsabilidad, por la inexorable obligatoriedad de continuar a pesar de todo.
Cada día igual al anterior, cada noche un anticipo de la que está por venir, cada fracción de tiempo tan vacío y falto de sustancia, sabor y color como los anteriores.
Que incomprensible y falto de sentido es todo, que instinto mas absurdo la supervivencia, que estupidez vivir a toda costa, que impulso irresistible de mantener la vida aun en condiciones extremas, indeseables e imposibles. Un único dictado, sin contexto, sin excepciones, sin factores que influyan en su cometido, un instinto infalible, invariable, rígido y supremacista, por encima de cualquier otro código genético, rey de reyes, la última voluntad, el fin mismo de todo.
Te echo tanto de menos mi amor.
Te quiero mi niña, mi princesa, mi amor.
