Hola princesita, hoy vengo dispuesto a escribirte cosas bonitas, a recordar contigo, a rememorar algunos detalles de nuestra cotidianidad, de lo que hacías, aquellas pequeñas cosas que convertían cada día en un día especial, no sé si podré, porque ponerme ante ti siempre me hace desmoronar, me somete y me tumba, ya asoma a mis ojos el liquido de la nostalgia y el pesar, sin apenas haberme sentado frente a ti. Pero hoy, ahora, no desfalleceré.
Recuerdo cómo, cada noche, cuando decidíamos acostarnos, se iniciaba tu ritual, siempre dividido en dos partes el de higiene y el de cuidado.
Casi nunca fallabas, muy pocas veces faltaste a él, como en todo, eras meticulosa, ordenada y fiel.
Cuando ya recogíamos la cocina y pensábamos subir al dormitorio, mientras yo revisaba puertas y ventanas, echaba la llave e iba apagando luces, tú te dirigías al baño, te cepillabas los dientes y te lavabas la cara con tus productos, no importaba que volviésemos, tras salir, a una hora tardía o simplemente nos acostásemos tras la cena, era una cita diaria a la que en muy pocas ocasiones faltaste, me encantaba mirar tras de ti como con los ojos cerrados te enjabonabas la cara, te desmaquillabas los ojos, lo hacías con suavidad, con esmero, diría que con cariño, le dedicabas el tiempo necesario sin prisas, tenias que hacerlo bien y eso requería su tiempo, siempre le dedicabas el mismo, el necesario, el que hiciese falta hasta que el resultado fuese el que esperabas, luego te enjuagabas la cara y comprobabas el resultado, aun un poco agachada para no lanzar agua fuera del lavabo, mirándote y evaluando el resultado en el espejo, sonriendo cuando te fijabas en mi imagen tras de ti devuelta por el espejo, esa sonrisa tuya cariñosa y tranquila, pero no por ello menos hermosa que cualquiera que mostrabas en otras situaciones.
Después directos al dormitorio, donde proseguía el ritual de toda mujer, aplicarte tus cremas antes de acostarte, te ponías con paciencia tus cremas de noche por todo el rostro, distribuyéndolas de forma homogénea por toda tu piel, luego una vez en la cama tu crema de manos, semi incorporada te la aplicabas y te frotabas las manos una y otra vez hasta que se absorbía toda.
Yo mientras tanto, si era invierno, cogía mi libro y leía tumbado en tu lado de la cama, porque eras muy friolera, para que cuando terminases tu ritual y te hubieras puesto tus dos pares de calcetines, tus sábanas ya estuviesen calentitas, era algo que te encantaba, tumbarte y que las sábanas no estuviesen frías o incluso calentitas si tardabas un poco, lo saboreabas como una buena comida, siempre te arrancaba una sonrisa; cuando ya tenías puesto el pijama, yo me echaba rápido a un lado y tú ocupabas rápidamente tu espacio, claramente definido, escogido muchos años atrás, más de 30.
Pero eso no era todo, ese momento era uno de los mejores de cada día, como negarlo, presenciar cada día como te ibas desnudando, como tu maravilloso cuerpo iba quedando al descubierto era un espectáculo diario que procuraba no perderme, te miraba de principio a fin tú lo sabías, te gustaba comprobar que tras tantos años, apreciando como cambiaba tu cuerpo, siguiese disfrutando del espectáculo, viéndolo una y mil veces más, te hacía sentir hermosa y deseada. A veces te daba por ponerte de espaldas o girarte en el momento de desprenderte del sujetador, con esa pícara maldad de sabotear el mejor momento, pero luego te lo hacía pagar caro, en ese momento me iba a mi lado de la cama y dejaba el tuyo descubierto para que se disipase mi calor, la represalia por faltar a nuestro acuerdo jamás escrito pero innegociable, era un bonito juego, una complicidad que no por repetirla miles de veces dejaba de ser adorable, una y otra vez, día tras día, luego venían los abrazos y las risas, las peleas jugando y algún que otro momento de pasión y amor.
Ya han pasado más de dos años, han transcurrido más de 2 años desde que presencié por última vez esta maravillosa representación, mas de dos años desde que acaricié tu cuerpo por ultima vez con pasión, con deseo, con la satisfacción y el convencimiento de que era lo que ambos deseábamos, lo que esperábamos seguir disfrutando al menos otros 20 años más.
Dos años sin algo tan preciado y necesario
Dos años más en el paraíso.
Te quiero mi niña, mi princesa, mi amor.




