Hola vida mía, un día más consigo un logro que apenas tengo con quien compartir, con quien disfrutarlo, con quien sentirme orgulloso de un esfuerzo inimaginable para mi anterior yo.
Un día más, en el que me aferro con fuerza y con ambas manos a ese clavo ardiendo que es el deporte.
Un día más, en el que la soledad se combate con soledad y sudor.
Un día más, de profunda introspección, de balance de situación, de análisis de resultados, de evaluación de riesgos, de balance de pérdidas y recuento de bajas.
Un día más, de revelaciones, de adquisición de consciencia, de ampliación de conocimiento y comprensión.
Hoy, en ese sudoroso viaje de los martes, recordando una conversación de la semana pasada, recreándola para continuarla conmigo, me doy cuenta de la doble cara de mi curtido, por un lado endurecido, el lado que está dispuesto a perder amigos, a valorar y balancear relaciones sin piedad, a expulsar de la empalizada sin esfuerzo a quien no comulgue con mis cánones, sin vacilación, sin llanto, sin coste alguno y por otro lado esa cara suave, aterciopelada, tierna y cálida, entrañable, temerosa del pensamiento de los demás, cariñosa y generosa, débil demasiadas veces.
Supongo que consecuencia del trauma sufrido, demasiado duro como para no solidificarse y poder continuar, necesariamente templado para hacer frente a las dificultades diarias, a la frialdad del entorno, a la indiferencia que me rodea, pero por otro lado tierna y receptiva para poder aceptar y relacionarse con el mismo entorno que unas veces es hostil y otras humano y sanador.
Hoy vuelve a ser un día más, otro día en el paraíso, un día que no trasciende, que no cala, que no deja residuos, un día en que un logro deja de ser glorioso para ser solo otra acción inútil fuera del marco de la cordura. Un hecho irrelevante incluso para mí, un hecho realizado y pronto archivado.
Se acerca la navidad, este año nadie ha mencionado nada de los adornos que con tanto esmero disponías por la casa, que aportaba ese calor hogareño y esa sensación festiva en estas semanas, nada de adornos, nada de compras típicas, nada de espíritu navideño.
Te echo mucho de menos princesita, durante muchas horas cada día, a pesar de que ya no derramo lágrimas en soledad como lo hacia antes, a pesar de que sonrío y río muchas veces, a pesar de que a veces estoy en paz y casi feliz, gracias a esa estabilidad que he alcanzado.
Aunque no puedo engañarme esto es mas parecido a una hibernación sin sueño, a una latencia activa, a un mecanismo involuntario que me pone en marcha al margen de mí mismo.
Bueno es hora de dejar de desvariar. Igual esta semana me acerco a visitarte, no sé si la lluvia lo permitirá.
Te quiero mi niña, mi princesa, mi amor.
