Hola mi amor, otro día más en el paraíso, 2.038 días de la más pura soledad, 48.912 horas vacías, más de 176 millones de segundos dedicados a lamentar mi malhadado sino y el de nuestros hijos.
El imparable transcurrir del tiempo, inalterable, lento y pesado, la carga que me derrota y somete, el infinito futuro por llegar, que nada deseable parece albergar, salvo el sano evolucionar de nuestros niños.
Puto tiempo que insoportable se torna, cada día que desaparece no aporta alivio ni consuelo, cada día que despunta provoca pavor y desasosiego.
Cada minuto que falta para finalizar el día se convierte en una hazaña que superar, en un obstáculo que sortear, en una función que representar.
Que obstinado y terco soy, incapaz de sanar, aquejado de esta enfermedad crónica con la que apenas sé convivir, una soledad que siempre me acompaña, un vacío lleno de dolor, un futuro que nunca llegará y un pasado presente cada momento del día.
A veces pienso que debería dejar de hablarte cada noche, retirar las fotografías, dejar de dedicar mi tiempo libre a sujetarte a mi lado, abandonar el sueño de que esta pesadilla pueda terminar, quedar libre de mi propia existencia, pero, ¿acaso soy esa persona capaz de controlar lo que piensa, o escoger lo que la noche insufla a sus sueños, dominar el pasado o diseñar el futuro?
Ciertamente no lo soy, apenas me llega la inteligencia para terminar el día, ¿Cómo iba a ser capaz de dominar el arte de gobernar el pensamiento, de dirigir el sueño, de protagonizar mis actos?
Estoy tan sumamente cansado…
Te quiero mi niña, mi princesa, mi amor.
