¡¡Todos somos héroes!!, pero es mentira.
Hola vida mía, el día por fin termina, un día que poco tiene que añadir a lo ya vivido, un día del que podríamos prescindir sin que afecte a la historia en la que está incluido, simplemente un día más en el paraíso.
Como otras veces, algo me dice que se ha vuelto algo más que habitual, mientras me duchaba, mi nuevo lugar para pensar, recordando una vez más las muchas veces que compartimos este acto, demasiadas desde que tu enfermedad se mostró virulenta y dominante en nuestras vidas, rememorando como era necesario que yo te lavase mientras tu pacientemente hacías como si no pasase nada, como si fuese lo mas natural del mundo, restando importancia a tu incapacidad de asearte sola, mostrándote fuerte ante tu debilidad, una vez más mientras esos recuerdos dulces y amargos sustraen mi mente, caigo en el trance del análisis de lo cotidiano, en el análisis de las mentiras que nos rodean, o que así al menos interpreto yo.
Sí, mentiras, porque nos encanta dotar de fantasía y grandeza a todo lo que nos ocurre o hacemos, porque no podemos asumir que no controlamos nuestras vidas, porque no queremos reconocer que cuando perdemos la batalla crucial y ya solo queda el despojo en que ese resultado nos convierte, en ese momento dejamos de tener el control, las decisiones dejan de ser en gran parte conscientes, es ahí, cuando estamos postrados y derrotados, cuando el heroísmo hace aparición, cuando decidimos levantarnos y plantar cara de nuevo, con lo que haya quedado, con o sin armas, con o sin fuerzas, pero nos levantamos y elevamos el rostro con altivez, con orgullo y enarbolamos de nuevo nuestra bandera, con nuevas energías que pretendíamos olvidadas, que glorioso, que heroico, pero que falso.
Sí, es un bonito cuento de caballería, de príncipes y princesas, de causas perdidas y paladines, pero solo eso, porque no somos nosotros los que plantamos cara, los que sujetamos la alabarda que nos permite ponernos de pie, los que elevan el rostro y sonríen con fiereza, no, no somos nosotros, es el instinto de supervivencia, algo atávico que, tras la derrota, toma el control y empieza a rasgar nuestra nueva realidad con sus afiladas garras, busca fisuras y lucha por salir de nuestro interior, localiza cualquier atisbo de distracción, de placer, de no sufrimiento al menos y lo convierte en nuestro nuevo objetivo, sustituye lo que hemos perdido, lo disfraza, lo engalana y lo hace atractivo, nos lo vende como una decisión valiente, épica, nos la vende como un buen vendedor a domicilio, como la mejor enciclopedia del mundo, la que resolverá todas nuestras dudas, la que contestará todas nuestras preguntas presentes y futuras, pero es solo una ilusión, el instinto sabe que teclas pulsar y donde enfocar nuestra triste mirada, si ve que mientras hacías un dibujo te distraías, te dirá que eres bueno, que es una idea genial, que servirá para rendir tributo, que es el camino correcto, que la lucha empieza ahí que has tomado por fin la decisión adecuada, si te esfuerzas en el trabajo, te dirá que devolverás a la sociedad lo que ella te entregó previamente, que siendo un buen trabajador contribuyes, que los esfuerzos y energías que vuelcas en el trabajo está justificados, que continúes por ahí con renovadas fuerzas, si haces deporte te alentará y voceará, te dirá que está orgulloso/a de ti, que tu fortaleza es sobrehumana, que tu capacidad de enfrentarte a la adversidad es gloriosa.
Sí, es cierto, no somos héroes, solo somos marionetas de algo que no comprendemos, algo que ya regía nuestras vidas antes de que fuésemos capaces de comunicarnos con nuestros semejantes con palabras, algo que ya nos protegía antes de que el intelecto fuese insuflado en nuestras vidas.
Sí, tras la catástrofe perdemos el control, pero el piloto automático siempre está vigilante, siempre al acecho, el instinto de supervivencia no permitirá que abandonemos los mandos durante demasiado tiempo, dejará que caigas un tiempo, que planees, que flirtees con la desgracia, que te compadezcas hasta el vómito, pero antes del brutal choque encontrará como aferrar los mandos de nuevo y corregir poco a poco la situación, irá metiendo pequeños estímulos, mínimas variaciones en tu conducta, pequeños deseos que no son pecaminosos, una comida fuera de lo normal, una tableta de chocolate, un helado, un paseo en un día espléndido, una llamada agradable, una lectura afortunada, poco a poco irá jalonando nuestra existencia con placeres pequeños, casi irreconocibles, pero que como el agua en las rocas, tras su congelación y descongelación irá ampliando la brecha, milímetro a milímetro, mes a mes, hasta que un día te levantas deseando hacer algo, estas comiendo y te sorprendes planificando el día o la semana, inesperadamente te oyes tarareando una canción y pidiéndole a Alexa que te ponga otra, te ríes de nuevo viendo Friends y sin darte cuenta ya tienes un objetivo en mente, un objetivo que aporta una pseudo-felicidad, que coño sin pseudo, un objetivo que te hace feliz, que mueve tus piernas y te obliga a hacer cada día algo, ese algo que se convierte en tu salvación, ese algo que vemos en los telediarios, en las historias felices que ponen entre informes de muertos por COVID y peleas entre políticos corruptos, gente diciendo que el deporte, la escritura, volver a caminar, o cualquier otro logro, ha sido su salvación, que esas aspiraciones los han mantenido a flote, les han ayudad a superar su desgracia, los han vuelto resilientes, que bello es vivir!!!, pero realmente ¿Cuánta parte hemos tenido en esas decisiones? ¿Qué parte es voluntaria y que parte susurrada a nuestros oídos en la oscuridad mas profunda por nuestro instinto?
¿Qué locura verdad?, ciertamente es la locura de una mente enferma, la mía.
Habríamos podido discutir mucho sobre este asunto, pero está claro que antes no teníamos la experiencia que ahora nos dota de una distinta visión, jamás fuimos unos desgraciados, poco tiempo fuimos infelices, nunca sufrimos algo perverso de forma permanente como ahora, ciertamente esta conversación no habría surgido fácilmente en nuestro vivir cotidiano.
No, es necesario caer en desgracia para abordar ciertas discusiones, antes imposibles de vislumbrar
Te quiero Mari Ángeles, mi niña, mi princesa, mi amor.



